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Sendero de la Garganta del Capitán

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12 Mayo 2024
Un sencillo recorrido circular de 5,8 kilómetros, ejecutable en 1 hora y 45 minutos.



           

Los puntos más interesantes que podremos contemplar durante el recorrido son:

Llano de las Tumbas

   


Asomado a la Garganta del Capitán, el Llano de las Tumbas es un espolón que, a modo de pequeña meseta, destaca en la quebrada orografía de la Sierra de Algeciras. Está flanqueado por dos arroyos: el de esta Garganta, al norte, y otro, tributario del anterior, al este. Ambos se unen en el molino de San José.
Aquí, en superficie, se encuentran diferentes tumbas antropomórficas talladas en la roca arenisca. Existen centenares de cavidades como estas en el entorno rural del Campo de Gibraltar. Y constan pocos datos fidedignos sobre su datación. Es fácil imaginar que pudieron servir como sarcófagos para enterramientos definitivos o como etapa en la preparación de momias.

Tumba del Capitán



Aquí yace Gabriel Moreno, que falleció el 13 de junio de 1834 a los 77 años de edad, descanse en paz, reza en la inscripción de la lápida. A pesar de las leyendas antiguas que vieron en esta tumba la morada final de un temido bandolero de la sierra apodado el Capitán, Moreno fue, sin embargo, el arrendador del molino de San José, fallecido en la primera epidemia de cólera y enterrado aquí por instrucción de la Junta de Sanidad.
El Capitán, por su parte, fue abatido de un disparo en esta sierra cuando huía de las Fuerzas del Orden junto al grupo de salteadores del que formaba parte. La tradición local asegura que su valioso tesoro, fruto de años de asalto, permanece escondido en algún lugar de esta sierra.

Molino de las Cuevas y Molino de San José



En la orilla sur del arroyo de la Garganta se conservan las ruinas del Molino de Las Cuevas, hacia el oeste, y de San José, hacia el este. Adosado a este se levantaba el llamado Molino de Papel, usado para elaborar papel de estraza. Su construcción parece corresponder al siglo 18, pero la tradición molinera local se remonta a época andalusí y hasta romana.
El agua del arroyo, conducía por una acequia, caía en un cubo cilindrico, lleno este, una abertura o saetillo en la zona inferior dejaba escapar un chorro a presión sobre las palas del rodezno de madera. El peso de la columna de agua proporcionaba al chorro la fuerza suficiente para hacer rotar el rodezno y, a su vez, hacer girar la piedra corredera a la que estaba unido. Esa piedra se desplazaba sobre la solera moliendo el grano de trigo.







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